APELLIDOS Y APODOS EN EL MENASALBAS DEL SIGLO XIX
(En la foto, patio de la casa solariega de los Escalera en la Plaza en 1924, con Enriqueta Escalera y Carlos García)
Al clarear el siglo XIX existía una variedad de apellidos simples como eran Galán, Mateos, Covisa, Medina (que lleva asociado durante todo el siglo XIX el mote Tamboril), De la Iglesia (Iglesias), Espinosa, Morcuende, Azaña, De la Escalera, De Mora, Ramírez, Cerezo, Aguado (que en el siglo XVI se consignaba como López de Aguado), Bejerano, Corroto, Asensio, Mateos, Gabriel, Quílez y otros más que han desaparecido.
Había también grupos de compuestos de Fernández (clasificados en Fernández Asperilla -en el siglo XVI, Fernández de La Asperilla-, Fernández Basco, Fernández Bueno, Fernández Simón y Fernández de la Mula), de García (García Callejo, García de Cuerva, García Col-menero, García Moreno, García Pérez, García Villapalos, García Muñoz y García de Torres) de Gómez (Gómez Escobar, Gómez Jacinto, Gómez Manzanilla o Gómez de Avellanar), de Gutiérrez (Gutiérrez Aceituno y Gutiérrez de los Ylos -o de los Silos-), de Martín (Martín Gutiérrez, Martín Camino, Martín del Campo y Martín Crespo) de Rodríguez (Rodríguez de Lara y Rodríguez del Álamo), de Ruiz (Ruiz de Alejo, Ruiz de Antón, Ruiz Podador y Ruiz Verano), de Sánchez (Sánchez Cabillete, Sánchez Colorado, Sánchez de Cruz, Sánchez Gor-do, Sánchez Polán, Sánchez Petronila, Sánchez Román y Sánchez Tante), de González (González de Luna y González de Gaspar) o de López (López Fabián y de otros López).
Al analizar con detalle estos grupos pudiera parecer que el segundo apellido era el de la madre, pero esta apreciación no es exacta puesto que el materno se omitía en cualquier relación, ya fuera económica o demográfica. Los apellidos, al menos en la primera mitad del siglo, tan sólo llevaban el paterno que por lo general era compuesto y servía para distinguir a las diferentes familias. Así, por ejemplo, el hijo de Pablo Ruiz Podador seguía llamándose Melchor Ruiz Podador y el hijo de Melchor se nombraba como Francisco Ruiz Podador; podía darse el caso de que una persona tomara indistintamente uno de los dos: por ejemplo, Germán en algunas relaciones era Germán de Luna y en otras, Germán González de Luna. Para distinguir entre un padre y su hijo con el mismo nombre, se añadían, a continuación del apellido, los adjetivos mayor y menor evitando así la confusión: por ejemplo, en la década de 1820 se distinguía entre Manuel Bejerano (mayor) y su hijo, Manuel Bejerano (menor). Aun cuando el registro civil, por un decreto del tres de febrero de 1823, ordenaba a los ayuntamientos inscribir a los nacidos, casados o muertos con ambos apellidos, no parece que comenzara a generalizarse su uso hasta bien entrado el siglo cuando se reflejaron unidos con la conjunción «y» (Rafael Corroto y Camino).
Al mismo tiempo que comenzaba a emplearse el apellido materno, desaparecía el apellido compuesto (quedando en unos casos el primero y en otros, el segundo) hasta desaparecer casi por completo en la actualidad y sólo mantenerse en algunas familias como la de los Gómez Escobar o los Sánchez Román (aunque habrían de ser muchas más las que deberían llevar este compuesto; entre ellas, una conocida familia de carpinteros).
Otros que dejaron su impronta en el siglo XIX se han extinguido. Entre ellos, cabe considerar el de Aceytuno (propietarios de los pocos olivares existentes a finales del siglo XVIII), el de Marín (que fueron boticarios, alcaldes, veterinarios, maestros, secretarios); el de Pingarrón (que fueron escribanos, auxiliares, guardas de campo) o el de Echevarría (apellido de una familia de comerciantes, en la que destacó don Fermín que dio nombre a la cuesta que, en la carretera de Gálvez, conocemos con el nombre de cuesta de Chavarrías en la carretera de Gálvez -y a las olivas, que su padre Antonio Echevarría, plantó en el paraje-). A principios del siglo XIX había emigrado la familia hidalga de los Amezcúa que se asentó en el siglo XVIII; primero vendieron la casa familiar de la calle de San Pablo a la familia Sánchez Román y más adelante, hacía 1875, uno de sus descendientes residente en La Puebla de Montalbán vendió la posada en la plaza Pública al tahonero Manuel Sánchez Colorado.
En la década de 1810 llegaban para trabajar en la fábrica de Loza un grupo de apellidos valencianos de Alcora. Eran los Mañol, Ferrero, Aicar, Monsonis, Soriano, Ferrer y Pallares. La mayoría marchó del pueblo tras el cierre de la fábrica, pero otros se establecieron para tener descendencia. De ellos el linaje Soriano tuvo corto recorrido porque Cristóbal Soriano, hijo de uno de los trabajadores emigrados, se casaba con Romana Gómez de Santos, pero moría sin descendencia en 1885. Otro de estos apellidos tuvo mayor continuidad y aunque hoy ha desaparecido si conserva su sangre en muchos menasalbeños; Es el de Aycart, que después se transformó en Aicar, extendido por José Aicar (hijo del cacharrero valenciano José Narciso Aycart) quien se casaba en la década de 1840 con Eladia Camino.
Apellidos como De la Oliva, Lucas o Barroso también desaparecieron, pero quedan todavía en el recuerdo de los motes de las personas que los ostentan; y apodos como «Cobete» no son más que la conversión en mote del oficio que una rama de la familia Moreno (o García Moreno) tuvo como fabricantes de cohetes durante parte del siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XIX.
También han desaparecido algunos curiosos que trajeron los niños expósitos de la Casa de Maternidad de Toledo como es el caso del apellido María de los Dolores, Santa María Magdalena o Expósito; y no se extinguió, como alguno pudiera pensar, porque la familia adoptiva les diera sus apellidos, sino por otros motivos como marcharse de la población porque su futuro más común, si era hombre, era el trabajo de jornalero (cuando un niño se adoptaba, se hacía generalmente por motivos prácticos como asegurarse la fuerza de trabajo o la subsistencia en la vejez y solía no tomar los apellidos o participar de la herencia familiar, si la familia tenía más hijos legítimos).
La evolución de muchos de los compuestos tradicionales despierta curiosidad. Por ejemplo, los Rodríguez de Lara, en el último tercio del siglo XIX, perdieron el segundo apellido y lo conservaron como mote por lo que, desde entonces, a algunos de estos Rodríguez se les conoce con el apodo de los Lara. Los Sánchez Cabillete perdieron el Sánchez (otros perdieron el Cabillete) y lo deformaron para aparecer posteriormente como Cubillete o Quibillete o quedar en algunas ramas simplemente como mote («Caballete»); fue tan popular que allá por el 1850 daba nombre a la calle en donde se alojaba la casa familiar, la Calle de los Cabelletes que después desapareció (No desapareció el nombre de la plaza de los Silos -o Ilos- que tomó el nombre de la familia que allí vivía). Igual podemos decir de Gómez Manzanilla, que quedó como Gómez o como Manzanilla (otra rama que lo perdió por línea femenina, lo conservó como mote y en una quedó el mote de «Josito», apodo con el que conocían al ascendiente Josef Gómez Manzanilla, que vivió en la primera mitad del siglo XIX).
Cómo los Gutiérrez eran muchos hacía el año 1850 y su apellido les diferenciaba poco, lo más socorrido era añadirles el apodo; por eso, ya por esa época, se distinguía a unos como los hijos de Víctor (por ejemplo, Víctor Gutiérrez de Víctor) y otros, con los apodos de «Chiri-va», «Macaña», «Valeroso», «Manolazo», «Chicharra», «Aliza», o «Costillares» que han llegado hasta la actualidad.
Resulta también curioso repasar algunos de los que se establecieron en el municipio en el siglo XIX. El apellido Serrano se instalaba hacia el 1810 traído desde la localidad ciudadrealeña de Piedrabuena por Lázaro Serrano quien llegó como sastre y comerciante para emparentar con el apellido Ramírez y dar lugar a una saga familiar muy popular de barberos, ministrantes sangradores, mecánicos y propietarios de locales de ocio en la plaza Chica. Be-nito Zarzuela y Casarrubios, esquilador, nacido en 1805 y fallecido en 1887, llegó de Villaluenga en la década de 1820, entraba en quintas en el municipio y se casaba con Marta Sánchez Colorado; su apellido se perdió porque tan sólo le sobrevivió una hija Inés, pero hoy en día todavía se conserva en forma del apodo «Zarzuela». El apellido Santillana llegó hacía la década de 1830 en el nombre de Bartolomé Santillana, de profesión pastor, nacido en el Hospital de Santa Cruz de Toledo, quien se casó con Natalia Martín Zamorano de San Martín y se establecían en Menasalbas para dar descendencia.
¿Cuándo se aposentó la rama más antigua del apellido Corroto? Pudiera ser que en este siglo pues en 1817 tan sólo vivía en el municipio un vecino con este apellido, Dionisio Corroto de profesión jornalero. En la década de 1840 arribaba Eusebio Corroto, un agricultor de Gálvez, de veinte años cuando se casaba con Alfonsa Ramírez, menasalbeña de veintiún años. Los Rioja llegaban hacía 1843 con Valentín Rioja y Sedeño, que se casaba con la vecina Victoria Morcuende, para dedicarse a la fabricación de sombreros en la calle del Embajador, de donde les viene el mote de los sombrereros, que algunas ramas ostentan, aunque ha-yan perdido el apellido.
En la década de 1840 estaban instalados el rosariero José Lucas y Catalina Romero, ambos de Manzanares; Manuel Domínguez e Inocenta Pajares, de Sonseca. Ambos matrimonios casaban en enero de 1845 a sus hijos Francisco Ramón, silletero de veintidós años, y Joaquina Bernarda Lucas, de veinte años y nacida en Manzanares. Lucas se extinguió para quedar como mote. Por esta misma época arribaban desde Gálvez los Villanueva con el matrimonio del galveño Simón Villanueva y la menasalbeña, Ramona Gómez Jacinto.
Hacía 1861 llegaban los Riega con Bernardo Riega que fundaba hogar en la calle de los Mártires (hoy ese tramo forma parte de la calle Jardines) y se casaba con Francisca Díaz Pe-rea para dar descendencia; un poco más tarde lo hacían los Cuenca. Por esta misma época llegaba de la Puebla de Montalbán el apellido del Río con Benito del Río Fernández que se había casado con la menasalbeña Andrea Gómez Escobar y había llegado desde Yunclillos para trabajar, primero como escribiente y después, como secretario del Ayuntamiento, y to-mar casa habitación en la calle de las Fraguas. En una de sus ramas quedó también como apodo «los Ríos».
En el último tercio del siglo XIX se instalaba el apellido Arnaiz desde la localidad de Ornes del burgalés Valle de Mena con la toma de vecindad de Manuel Arnaiz de la Arena quien llegaba como recaudador de contribuciones y se casaba con una Sánchez Román para instalarse definitivamente como agricultor. El apellido Vaquero llegaba también en el siglo XIX desde la Puebla de don Fadrique y lo extendía Ezequiel Vaquero y Novillo que había llegado de niño acompañado de sus padres. Aunque desde los tiempos más remotos han existido en Menasalbas los Alonso, el actual se estableció en 1878 procedente de Alcabón desde donde llegó Anastasio Alonso Robles con 26 años trabajar como veterinario, emparentar y fijar residencia. El apellido Pina llegó de Cuerva en el nombre del arriero Facundo Pina Se-rrano quién se establecía en 1896 y se casaba con Encarnación López Fernández para vivir en la calle del Embajador. El apellido Sanz lo trajo Manuel Sanz Fernández (nacido en 1840) desde la localidad segoviana de Navafría; aquí se casó con Ana Camino y se dedicó al transporte.
Fueron muchos los comerciantes que entraron y salieron del municipio porque el comercio de telas, sedas y lencería estuvo regentado la mayoría de las veces por empresarios forasteros. De entre todos ellos, cabe mencionar dos sagas que echaron raíces y participaron activamente en la política municipal de los dos siglos anteriores: los Colino y los García Ferrero. Este último se estableció hacía el 1865 procedente del pueblo zamorano de Espadañedo y conserva todavía hoy aquí al último de sus vástagos.
Al clarear el siglo XIX existía una variedad de apellidos simples como eran Galán, Mateos, Covisa, Medina (que lleva asociado durante todo el siglo XIX el mote Tamboril), De la Iglesia (Iglesias), Espinosa, Morcuende, Azaña, De la Escalera, De Mora, Ramírez, Cerezo, Aguado (que en el siglo XVI se consignaba como López de Aguado), Bejerano, Corroto, Asensio, Mateos, Gabriel, Quílez y otros más que han desaparecido.
Había también grupos de compuestos de Fernández (clasificados en Fernández Asperilla -en el siglo XVI, Fernández de La Asperilla-, Fernández Basco, Fernández Bueno, Fernández Simón y Fernández de la Mula), de García (García Callejo, García de Cuerva, García Col-menero, García Moreno, García Pérez, García Villapalos, García Muñoz y García de Torres) de Gómez (Gómez Escobar, Gómez Jacinto, Gómez Manzanilla o Gómez de Avellanar), de Gutiérrez (Gutiérrez Aceituno y Gutiérrez de los Ylos -o de los Silos-), de Martín (Martín Gutiérrez, Martín Camino, Martín del Campo y Martín Crespo) de Rodríguez (Rodríguez de Lara y Rodríguez del Álamo), de Ruiz (Ruiz de Alejo, Ruiz de Antón, Ruiz Podador y Ruiz Verano), de Sánchez (Sánchez Cabillete, Sánchez Colorado, Sánchez de Cruz, Sánchez Gor-do, Sánchez Polán, Sánchez Petronila, Sánchez Román y Sánchez Tante), de González (González de Luna y González de Gaspar) o de López (López Fabián y de otros López).
Al analizar con detalle estos grupos pudiera parecer que el segundo apellido era el de la madre, pero esta apreciación no es exacta puesto que el materno se omitía en cualquier relación, ya fuera económica o demográfica. Los apellidos, al menos en la primera mitad del siglo, tan sólo llevaban el paterno que por lo general era compuesto y servía para distinguir a las diferentes familias. Así, por ejemplo, el hijo de Pablo Ruiz Podador seguía llamándose Melchor Ruiz Podador y el hijo de Melchor se nombraba como Francisco Ruiz Podador; podía darse el caso de que una persona tomara indistintamente uno de los dos: por ejemplo, Germán en algunas relaciones era Germán de Luna y en otras, Germán González de Luna. Para distinguir entre un padre y su hijo con el mismo nombre, se añadían, a continuación del apellido, los adjetivos mayor y menor evitando así la confusión: por ejemplo, en la década de 1820 se distinguía entre Manuel Bejerano (mayor) y su hijo, Manuel Bejerano (menor). Aun cuando el registro civil, por un decreto del tres de febrero de 1823, ordenaba a los ayuntamientos inscribir a los nacidos, casados o muertos con ambos apellidos, no parece que comenzara a generalizarse su uso hasta bien entrado el siglo cuando se reflejaron unidos con la conjunción «y» (Rafael Corroto y Camino).
Al mismo tiempo que comenzaba a emplearse el apellido materno, desaparecía el apellido compuesto (quedando en unos casos el primero y en otros, el segundo) hasta desaparecer casi por completo en la actualidad y sólo mantenerse en algunas familias como la de los Gómez Escobar o los Sánchez Román (aunque habrían de ser muchas más las que deberían llevar este compuesto; entre ellas, una conocida familia de carpinteros).
Otros que dejaron su impronta en el siglo XIX se han extinguido. Entre ellos, cabe considerar el de Aceytuno (propietarios de los pocos olivares existentes a finales del siglo XVIII), el de Marín (que fueron boticarios, alcaldes, veterinarios, maestros, secretarios); el de Pingarrón (que fueron escribanos, auxiliares, guardas de campo) o el de Echevarría (apellido de una familia de comerciantes, en la que destacó don Fermín que dio nombre a la cuesta que, en la carretera de Gálvez, conocemos con el nombre de cuesta de Chavarrías en la carretera de Gálvez -y a las olivas, que su padre Antonio Echevarría, plantó en el paraje-). A principios del siglo XIX había emigrado la familia hidalga de los Amezcúa que se asentó en el siglo XVIII; primero vendieron la casa familiar de la calle de San Pablo a la familia Sánchez Román y más adelante, hacía 1875, uno de sus descendientes residente en La Puebla de Montalbán vendió la posada en la plaza Pública al tahonero Manuel Sánchez Colorado.
En la década de 1810 llegaban para trabajar en la fábrica de Loza un grupo de apellidos valencianos de Alcora. Eran los Mañol, Ferrero, Aicar, Monsonis, Soriano, Ferrer y Pallares. La mayoría marchó del pueblo tras el cierre de la fábrica, pero otros se establecieron para tener descendencia. De ellos el linaje Soriano tuvo corto recorrido porque Cristóbal Soriano, hijo de uno de los trabajadores emigrados, se casaba con Romana Gómez de Santos, pero moría sin descendencia en 1885. Otro de estos apellidos tuvo mayor continuidad y aunque hoy ha desaparecido si conserva su sangre en muchos menasalbeños; Es el de Aycart, que después se transformó en Aicar, extendido por José Aicar (hijo del cacharrero valenciano José Narciso Aycart) quien se casaba en la década de 1840 con Eladia Camino.
Apellidos como De la Oliva, Lucas o Barroso también desaparecieron, pero quedan todavía en el recuerdo de los motes de las personas que los ostentan; y apodos como «Cobete» no son más que la conversión en mote del oficio que una rama de la familia Moreno (o García Moreno) tuvo como fabricantes de cohetes durante parte del siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XIX.
También han desaparecido algunos curiosos que trajeron los niños expósitos de la Casa de Maternidad de Toledo como es el caso del apellido María de los Dolores, Santa María Magdalena o Expósito; y no se extinguió, como alguno pudiera pensar, porque la familia adoptiva les diera sus apellidos, sino por otros motivos como marcharse de la población porque su futuro más común, si era hombre, era el trabajo de jornalero (cuando un niño se adoptaba, se hacía generalmente por motivos prácticos como asegurarse la fuerza de trabajo o la subsistencia en la vejez y solía no tomar los apellidos o participar de la herencia familiar, si la familia tenía más hijos legítimos).
La evolución de muchos de los compuestos tradicionales despierta curiosidad. Por ejemplo, los Rodríguez de Lara, en el último tercio del siglo XIX, perdieron el segundo apellido y lo conservaron como mote por lo que, desde entonces, a algunos de estos Rodríguez se les conoce con el apodo de los Lara. Los Sánchez Cabillete perdieron el Sánchez (otros perdieron el Cabillete) y lo deformaron para aparecer posteriormente como Cubillete o Quibillete o quedar en algunas ramas simplemente como mote («Caballete»); fue tan popular que allá por el 1850 daba nombre a la calle en donde se alojaba la casa familiar, la Calle de los Cabelletes que después desapareció (No desapareció el nombre de la plaza de los Silos -o Ilos- que tomó el nombre de la familia que allí vivía). Igual podemos decir de Gómez Manzanilla, que quedó como Gómez o como Manzanilla (otra rama que lo perdió por línea femenina, lo conservó como mote y en una quedó el mote de «Josito», apodo con el que conocían al ascendiente Josef Gómez Manzanilla, que vivió en la primera mitad del siglo XIX).
Cómo los Gutiérrez eran muchos hacía el año 1850 y su apellido les diferenciaba poco, lo más socorrido era añadirles el apodo; por eso, ya por esa época, se distinguía a unos como los hijos de Víctor (por ejemplo, Víctor Gutiérrez de Víctor) y otros, con los apodos de «Chiri-va», «Macaña», «Valeroso», «Manolazo», «Chicharra», «Aliza», o «Costillares» que han llegado hasta la actualidad.
Resulta también curioso repasar algunos de los que se establecieron en el municipio en el siglo XIX. El apellido Serrano se instalaba hacia el 1810 traído desde la localidad ciudadrealeña de Piedrabuena por Lázaro Serrano quien llegó como sastre y comerciante para emparentar con el apellido Ramírez y dar lugar a una saga familiar muy popular de barberos, ministrantes sangradores, mecánicos y propietarios de locales de ocio en la plaza Chica. Be-nito Zarzuela y Casarrubios, esquilador, nacido en 1805 y fallecido en 1887, llegó de Villaluenga en la década de 1820, entraba en quintas en el municipio y se casaba con Marta Sánchez Colorado; su apellido se perdió porque tan sólo le sobrevivió una hija Inés, pero hoy en día todavía se conserva en forma del apodo «Zarzuela». El apellido Santillana llegó hacía la década de 1830 en el nombre de Bartolomé Santillana, de profesión pastor, nacido en el Hospital de Santa Cruz de Toledo, quien se casó con Natalia Martín Zamorano de San Martín y se establecían en Menasalbas para dar descendencia.
¿Cuándo se aposentó la rama más antigua del apellido Corroto? Pudiera ser que en este siglo pues en 1817 tan sólo vivía en el municipio un vecino con este apellido, Dionisio Corroto de profesión jornalero. En la década de 1840 arribaba Eusebio Corroto, un agricultor de Gálvez, de veinte años cuando se casaba con Alfonsa Ramírez, menasalbeña de veintiún años. Los Rioja llegaban hacía 1843 con Valentín Rioja y Sedeño, que se casaba con la vecina Victoria Morcuende, para dedicarse a la fabricación de sombreros en la calle del Embajador, de donde les viene el mote de los sombrereros, que algunas ramas ostentan, aunque ha-yan perdido el apellido.
En la década de 1840 estaban instalados el rosariero José Lucas y Catalina Romero, ambos de Manzanares; Manuel Domínguez e Inocenta Pajares, de Sonseca. Ambos matrimonios casaban en enero de 1845 a sus hijos Francisco Ramón, silletero de veintidós años, y Joaquina Bernarda Lucas, de veinte años y nacida en Manzanares. Lucas se extinguió para quedar como mote. Por esta misma época arribaban desde Gálvez los Villanueva con el matrimonio del galveño Simón Villanueva y la menasalbeña, Ramona Gómez Jacinto.
Hacía 1861 llegaban los Riega con Bernardo Riega que fundaba hogar en la calle de los Mártires (hoy ese tramo forma parte de la calle Jardines) y se casaba con Francisca Díaz Pe-rea para dar descendencia; un poco más tarde lo hacían los Cuenca. Por esta misma época llegaba de la Puebla de Montalbán el apellido del Río con Benito del Río Fernández que se había casado con la menasalbeña Andrea Gómez Escobar y había llegado desde Yunclillos para trabajar, primero como escribiente y después, como secretario del Ayuntamiento, y to-mar casa habitación en la calle de las Fraguas. En una de sus ramas quedó también como apodo «los Ríos».
En el último tercio del siglo XIX se instalaba el apellido Arnaiz desde la localidad de Ornes del burgalés Valle de Mena con la toma de vecindad de Manuel Arnaiz de la Arena quien llegaba como recaudador de contribuciones y se casaba con una Sánchez Román para instalarse definitivamente como agricultor. El apellido Vaquero llegaba también en el siglo XIX desde la Puebla de don Fadrique y lo extendía Ezequiel Vaquero y Novillo que había llegado de niño acompañado de sus padres. Aunque desde los tiempos más remotos han existido en Menasalbas los Alonso, el actual se estableció en 1878 procedente de Alcabón desde donde llegó Anastasio Alonso Robles con 26 años trabajar como veterinario, emparentar y fijar residencia. El apellido Pina llegó de Cuerva en el nombre del arriero Facundo Pina Se-rrano quién se establecía en 1896 y se casaba con Encarnación López Fernández para vivir en la calle del Embajador. El apellido Sanz lo trajo Manuel Sanz Fernández (nacido en 1840) desde la localidad segoviana de Navafría; aquí se casó con Ana Camino y se dedicó al transporte.
Fueron muchos los comerciantes que entraron y salieron del municipio porque el comercio de telas, sedas y lencería estuvo regentado la mayoría de las veces por empresarios forasteros. De entre todos ellos, cabe mencionar dos sagas que echaron raíces y participaron activamente en la política municipal de los dos siglos anteriores: los Colino y los García Ferrero. Este último se estableció hacía el 1865 procedente del pueblo zamorano de Espadañedo y conserva todavía hoy aquí al último de sus vástagos.