LOS MOLINOS HARINEROS, UNA INDUSTRIA ESENCIAL EN EL MENASALBAS DEL SIGLO XIX
Los
molinos de agua para la molienda de cereal con destino al consumo humano o
animal no tuvieron alternativa a lo largo del siglo y su actividad se
desarrolló esencialmente en las riberas de los arroyos serranos que mantenían
un caudal más regular y abundante. Eran en su mayor parte molinos maquileros
que cobraban un porcentaje o maquila por la molienda y tenían una alta
rentabilidad, de modo que a lo largo del siglo se subdividieron en las
herencias o incluso se alquilaron o compraron enteros o en una parte que podía
ser la mitad, un tercio o un quinto. Estas industrias no tenían actividad todo
el año; las pocas precipitaciones originaban un caudal muy irregular en los
arroyos que obligaba a los molineros a utilizar la represa cuando el aporte de
agua comenzaba a disminuir hasta que finalmente se veían obligados a parar en
verano, excepto el molino de Víctor Gutiérrez que estaba situado cerca de la
naciente del Torcón y trabajaba sin interrupción incluso en verano usando la
represa si el año hidrológico había sido bueno. El sistema de represa consistía
en embalsar el agua hasta conseguir un caudal suficiente para mover el rodezno
o turbina y así poder moler. Del resto de los molinos del Torcón, diez molían
con represa más de seis meses (cuatro tenían dos piedras y seis, solo una) y
dos, menos de seis meses (los dos tenían una sola piedra). Los dos molinos del
arroyo de Villapalos trabajaban con represa menos de seis meses al año.
En 1842 se mantenían siete molinos de una
o dos piedras en el arroyo Torcón que eran propiedad de Marcos Gómez de Santos,
Víctor Gutiérrez, Víctor Ruiz Podador, Manuel Víctor Gutiérrez -medio molino-,
Julián Fernández Basco, Juan Aceytuno, la viuda de Santiago Marín, y Antonio
Echevarría -medio molino-; sin embargo, aunque el Torcón concentraba por
razones evidentes el mayor número de molinos, también los había en el arroyo de
Villapalos, en donde Félix de Cuerva y Antonio Echevarría poseían uno con dos
piedras a partes iguales, y en el arroyo de Jumela en donde la viuda de Antonio
Moreno tenía uno de una piedra hasta que lo dio de baja en 1851 por cese de
actividad (este molino había sido utilizado desde tiempos antiguos por los vecinos
de aquella villa). En 1846 Blas Fernández construyó uno de nueva planta en el
arroyo Villapalos con lo que su número aumento a dos (los que conocemos en la
actualidad) y en 1851 se dieron de baja dos molinos en el Robledo porque habían
sido quemados por las partidas carlistas y «no habían vuelto a andar», pero en
el transcurso de la década se reedificaron otra vez.
En las décadas siguientes, de los molinos
que se censaron, ninguno declaró más de seis meses de molienda y sus
propietarios cambiaron por herencia o por venta. En 1858 eran propietarios
Víctor Gutiérrez de Víctor que mantenía el molino de su padre y declaraba moler
menos de seis meses con una piedra; Juan Gómez de Santos que tenía el molino de
dos piedras de su padre Marcos y decía que una molía menos de seis meses y la
otra, menos de tres; Víctor Ruiz Podador, el padre del cura, que declaraba
moler menos de tres meses con las tres piedras de su molino, y Luciano Escobar,
Cipriano Sánchez Román y Leandro Gómez Román «Tostón» que tenían una piedra que
molía menos de tres meses. También tenían molino Juan Gutiérrez Aceytuno que
decía moler con una piedra menos de tres meses y con otra, menos de tres, y
Saturnino Bejerano que declaraba dos piedras con menos de tres meses de
trabajo.
Hacía 1900 se censaban todavía doce
molinos de una, dos o tres piedras que molían menos de seis meses durante el
año. Las causas de su menor actividad pudieron haber estado motivadas por
razones fiscales o por el uso creciente por parte de los panaderos de los
molinos del Tajo en La Puebla. Estos contaban con sistemas de molienda más
perfeccionados y desplazaron a los molinos locales que tuvieron que emplearse en
la fabricación de harinas destinadas al consumo animal o particular por la
menor calidad del producto elaborado.