OFICIOS PARA EL RECUERDO: LOS ÚLTIMOS CALEROS

Aunque los primeros amillaramientos del siglo XIX no mencionan la existencia de caleros entre los oficios de los menasalbeños y no aparecen referencias del encalado de fachadas hasta mediados de ese siglo, es más que probable que esta actividad artesanal se estuviera desarrollando desde muchos siglos antes por la necesidad de cal en las actividades cotidianas de los menasalbeños. Hay que tener en cuenta que la cal no se utilizaba solo para el encalado de fachadas, sino también para la desinfección de cuadras y la fabricación de argamasa, y aunque los máximos de producción por parte de los caleros locales tenían lugar en agosto, dada la costumbre de los vecinos por adecentar las fachadas antes de la llegada de la feria, no dejaban de vender cal, en menor cantidad, durante el resto del año.

Esta actividad se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX porque en la década de los sesenta del siglo pasado pervivían dos hornos de cal cilíndricos que eran propiedad de Ignacio García Simón, en la calle de las Vacas, y de Julián García Simón, en el número 19 de la calle de San Pablo. Ambos caleros traían la piedra caliza desde el cerro de Las Viñas, en el término de San Pablo de los Montes (el tejuelo, otra caliza para la mezcla, era recogida en Cuerva) y transportaban la leña para el horno en carro o en burro. Finalmente, como no tenían molino para triturar el producto, vendían la cal en bruto con el medio celemín, el celemín y la media cuartilla.





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