SALONES DE BAILE Y CINE IMPERIAL,
más de sesenta años llenado de ocio la vida de los menasalbeños
Un salto cualitativo en el ocio de los menasalbeños se produjo en los años cuarenta del siglo XX. Tras la guerra, los bailes de sociedad de los domingos y días de fiesta se celebraron en algunos locales privados de escaso aforo. Estos bailes costaban alrededor de cuarenta céntimos de peseta por pareja, comenzaban sobre las tres o las cuatro de la tarde y acababan en invierno al anochecer (y a las ocho o las nueve en verano, cuando se recogían las mozas al tañer de las campanas). Entre ellos, cabe reseñar el baile de Pedro Morcuende Ruiz, en la casa de la calle Ramón y Cajal (era propiedad de Sabina Morcuende Gutiérrez, tenía una superficie de setenta y ocho metros cuadrados, una capacidad para ciento cuarenta y ocho personas y se utilizó, así mismo, como sala de proyecciones para regocijo de los amantes del cine), o el que tenía lugar en el número 12 de la calle de los Mártires (en donde estuvo en los años treinta el salón de baile de Manuel García Mayo, que todavía hoy conserva la decoración de entonces).
También fue importante el salón de baile de Santiago Escalera y Clementa Blanco, en el número 2 de la calle de Cuerva, que utilizaba la caja de música con manubrio. Este salón el 16 de junio de 1943 fue clausurado por defectos constructivos, pero el inmueble fue comprado ese mismo año por Emiliano Ramírez Díaz y reabierto por Plácido Sánchez Gómez y Facundo Sánchez, tras alquilar el local y realizar las reparaciones necesarias, para mantenerlo funcionando como salón de baile hasta el año 1947.
No obstante, la gran revolución en el ocio local llegó en la feria de 1946 cuando tuvo lugar la apertura con carácter provisional de los salones de baile y cine Imperial en la huerta de la plaza (una huerta de una gran productividad situada en el centro del pueblo), propiedad de la señora Isabel Escalera Alonso, que supusieron el inicio de una nueva etapa en el ocio de los menasalbeños. Tanto el baile como el cine se podían celebrar dentro del espacioso salón, que tenía una superficie de doscientos cincuenta y cinco metros cuadrados y un aforo de quinientas cuatro personas, o en el patio de verano. Este patio de verano, tras el arte y la alberca, estaba provisto de una barra de bar, algunos bancos de obra corridos y cocinas en las antiguas dependencias de la huerta para las celebraciones de bodas. La cabina de proyecciones, a la que se accedía por una escalera en la antesala de entrada, en donde también se encontraban el ambigú y las taquillas, daba tanto al salón como al patio y la proyección podía realizarse en ambos escenarios. El precio de la entrada de cine era de una peseta y la entrada del baile, cincuenta céntimos la pareja.
Tras la feria, el baile y el cine cerraron sus puertas hasta el verano de 1947, cuando el cine reanudó sus proyecciones en el patio con sus sillas de tijera. El 23 de diciembre de 1947 se autorizó a la propietaria la apertura provisional de un salón cinematógrafo, mientras efectuaba las obras indicadas por el arquitecto de la Junta de Espectáculos. Las obras que se realizaron fueron un retrete, unos urinarios, un techo de material incombustible y una salida de humos en la cabina de proyecciones, además de extintores para apagar posibles incendios. Una vez concluidas, la actividad fue continua con funciones los sábados, domingos y días de fiesta, a no ser que tuviera que ser suspendida por los cortes de fluido eléctrico, como los que obligaron a cerrar en febrero de 1948.
Durante esta primera época, fue famosa y celebrada la orquesta jazz El Ruiseñor, mientras que películas como La hermana San Sulpicio, Guadalcanal, Morena Clara, Nobleza Baturra, Currito de la Cruz, La Marquesona, Suez, Relicario o El negro que tenía el alma blanca hicieron las delicias de los espectadores que llenaban el cine, ávidos de imágenes, y aprovechaban los descansos para pasar al ambigú y tomar una deliciosa gaseosa con sus parejas. Sin olvidarnos del delirio que causaba Jorge Negrete, el ídolo del momento, con algunas de sus películas de moda como Así se quiere en Jalisco o Cuando quiere un mexicano. El éxito de aquel cinematógrafo fue tal que originó el surgimiento de verdaderos especialistas en la proyección como Bruno Gutiérrez Díaz, que en diciembre de 1956 obtenía el carnet de operador cinematográfico.
En ocasiones, las deficiencias de proyección provocaban la desilusión de los exigentes espectadores y originaban altercados, especialmente cuando la máquina se averiaba o se interrumpía el suministro eléctrico. Fue sonado el tumulto que se organizó el 21 de junio de 1957 cuando se proyectaba Un día perdido y la máquina se estropeó a falta de un carrete para la conclusión de la película. El público entonces comenzó a salir de forma ordenada pidiendo la devolución del dinero; sin embargo, cuando una parte de los asistentes había alcanzado la salida, al no ver satisfechas sus reivindicaciones, retrocedió al vestíbulo para destrozar la propaganda pegada en las paredes, dar patadas en las puertas y apedrear la taquilla. Finalmente, los serenos y un concejal lograron calmar los ánimos y disolver la espontánea manifestación, pero el incidente provocó el cierre del local, en tanto la empresa no solventara las deficiencias de visibilidad que suscitaban el malestar del público.
El local no sólo sirvió para estas actividades, porque también se convirtió en el centro social de distintos actos solemnes y actividades del Ayuntamiento que requerían de un local apropiado para su realización, como la celebración de las bodas de plata de sacerdote del cura don Francisco, el 5 de noviembre de 1965 (para la ocasión, Ayuntamiento y feligresía le hacían un homenaje en el local y le regalaban una pluma estilográfica de oro con su correspondiente estuche, con una inscripción que decía: «El ayuntamiento de Menasalbas a su párroco en sus bodas de plata»), o conferencias como la realizada el 28 de octubre de 1958 sobre «Bases de mejora de ganado lanar», que estuvo impartida por el jefe del servicio provincial de Ganadería, Alejandro Alonso Muñoz. La conferencia, que tuvo gran éxito, estuvo amenizada con la proyección de diversos documentales cinematográficos de temática agraria: la lana, la cooperativa rural y la granja norteamericana.
En los años setenta del siglo XX, los locales fueron vendidos y nuevos propietarios continuaron con el negocio, evolucionando y adaptándose a las nuevas modas con otros nombres, como discoteca Germa o discoteca Arena, para prolongar su actividad hasta comienzos de este siglo; nuevos tiempos en los que también se alcanzaron momentos de gran esplendor y brillantez (especialmente, de la mano del diseñador local Félix Ramiro), pero esto ya es otra historia que alguien después tendrá que contar.